
¿Te has preguntado quién posee tu rostro y tu voz cuando circulan en el mundo digital?
Esta preocupación llevó a Dinamarca a aprobar una ley que otorga a las personas derechos de autor sobre su identidad frente al uso de inteligencia artificial y deepfakes. Más allá de lo jurídico, la normativa abre una reflexión urgente: ¿qué significa ser propietarios de nuestra propia imagen en una era donde lo visual y lo sonoro son las principales herramientas de persuasión?
La ley se mueve en un terreno complejo que une comunicación, tecnología, ética y poder. En un entorno saturado de imágenes y sonidos digitales, la identidad personal (el timbre de voz o la configuración facial) se convierte en un recurso valioso y vulnerable. Lo que antes se entendía como propiedad intelectual solo en obras tangibles como libros, melodías o fotografías, ahora se extiende a la esencia misma de la representación humana, susceptible de ser replicada, manipulada y monetizada sin consentimiento.
Este debate no es meramente teórico. Ya hay ejemplos concretos de lo que está en juego. En Guatemala, específicamente en el año 2023 se dieron casos más serios de estafas a través del deepfake y phishing. Los ciberdelincuentes utilizaron diferentes estrategias, utilizando la crisis nacional en este año para utilizar figuras políticas y difundir noticias falsas a través del deepfake. Mediante anuncios pagados en Instagram surgió un mensaje que sugería que el gobierno había firmado un convenio internacional para promover inversiones en petróleo, respaldado por la supuesta intervención de personajes como el presidente Bernardo Arévalo y varios empresarios. El video imita la estética de un noticiero local, usando al periodista Fernando del Rincón como presentador ficticio, y pretende persuadir a ciudadanos para que ingresen a la plataforma fraudulenta Oil Profit.
Este tipo de operación no se limita a un engaño solamente. En el ámbito del entretenimiento, ha habido discusiones sobre el uso de la voz o la imagen de celebridades fallecidas en proyectos digitales. Por un lado, se promueve preservar su legado; por otro, se abre el debate sobre quién autoriza y quién cobra por esas nuevas representaciones. Incluso figuras como Tom Hanks han alertado sobre el uso no autorizado de su imagen en anuncios digitales que imitan su cara o voz, mostrando lo vulnerable que puede ser nuestra identidad digital cuando otros la controlan. En el 2022 el grupo musical ABBA ofreció el “ ABBA Voyage” en Londres, en el cuál los integrantes de el grupo musical no se encontraban en el ABBA Arena, pero a través de hologramas miles de personas pudieron disfrutar de su música, y de un concierto que parecía ser dado por ellos pero realmente eran sus hologramas.

Para quienes trabajamos en comunicación y relaciones públicas, esta ley marca un giro profundo en la forma de entender la persuasión. Ya no basta con definir el mensaje o la estrategia: ahora debemos cuestionar quién habla, a través de quién y con qué grado de autenticidad. Los deepfakes y las clonaciones digitales no son simples falsificaciones; son herramientas capaces de construir realidades paralelas, identidades simuladas que alteran percepciones, emociones y decisiones en el mundo real.
El impacto también alcanza al relato colectivo. Archivos audiovisuales, memes o entrevistas difundidas masivamente podrían necesitar nuevas autorizaciones, lo que plantea dudas sobre cómo se construirá la memoria cultural. Si cada fragmento que representa a una persona debe pasar por filtros legales y éticos, la identidad deja de circular libremente, la narrativa común se fragmenta y la cultura compartida corre el riesgo de volverse más limitada y controlada.

La legislación danesa no es solo un cambio jurídico: representa un punto de inflexión en nuestra forma de ver la comunicación en el mundo digital. Reconocer la voz y el rostro como propiedad intelectual obliga a recalibrar cómo las marcas, los medios, las plataformas y los profesionales de relaciones públicas representan a las personas. Pero más que una defensa contra los deepfakes, la norma abre un dilema más profundo: ¿estamos preparados para un ecosistema donde la identidad, en su expresión más básica y humana, sea el recurso más regulado y disputado del espacio digital?
Desde Voice, creemos que este momento exige una mirada crítica y estratégica. La persuasión deja de ser sólo cuestión de argumentos y discursos; se convierte en una cuestión de identidad, de autenticidad y de consentimiento. Por ello, invitamos a nuestros lectores, clientes y colegas a reflexionar: ¿Cómo diseñamos estrategias de comunicación que respeten, y protejan, las voces y rostros de quienes participan en el relato digital?¿Cómo garantizamos que lo que comunicamos sea efectivamente “auténtico” y no simplemente una construcción manipulada?
Explorar los usos, abusos y las implicaciones éticas de la voz digital no es un lujo intelectual: es una responsabilidad urgente para quienes quieren gestionar la persuasión de manera ética en un mundo donde ya no basta con “lo que se dice”, sino con “quién lo dice”, “cómo suena” y “qué rostro lo pronuncia”. ¿Estás listo para ese desafío?